Hoy es el día de la música, los niños acaban el colegio, empieza el verano y cumplo 39.

«¡Pues no pareces tan mayor!» «Vaya, pues, ¿muchas gracias?»

La verdad es que no importa si los aparento o no, el caso es que los llevo encima. En el dolor de cabeza que arrastro desde hace tres días, en los crujidos de las rodillas, en la faringitis, en el reflujo, en el estrés, en las ojeras y las arrugas del entrecejo. Y también en el pánico cuando estoy con el niño en el parque y desaparece un momento de mi ángulo de visión, en la preocupación por la salud de mis generaciones anteriores, en la lucha diaria por el maldito dinero.

Los llevo, los siento, son míos. No renunciaría a ninguno de ellos.

Como tampoco renuncio, a esta edad, rozando ya casi la mitad de la vida, a la idea de vivir siendo quien soy. Con respecto a esto las apuestas de algunos de los que «me quieren» van a favor de que me moriré de hambre o de asco intentándolo, pero como soy un poco kamikaze y lo que digan los que dan consejos bienintencionados pero no pedidos me importa más bien poco (cosas de la edad), soy optimista. Aún conservo esa sensación en el pecho que me dice que todo va a ir bien y a ella me aferro.

Pero eso no significa que me confíe al azar.

Sé que ahora es cuando me toca trabajar más que nunca. Más que en los casi 20 años que llevo de vida laboral. Porque ahora, en la frontera con la vida seria, he decidido que solo me compensa vivir a mi manera. Y eso es algo difícil, que exige estar presente, sacarte las castañas del fuego, apostar por tu valía y lanzarte a la piscina. Y una vez tomada esta decisión tener la fuerza mental y física suficiente porque no te quedan más narices.

Empecé a inventar historias cuando aún no sabía escribir. Una de las más antiguas que conservo es de cuando tenía 4 años. Iba sobre un ciervo. La transcribió mi madre y mi padre la ilustró, porque mi madre siempre ha tenido buena letra y a mi padre le gustaba pintar. Esa hoja de libreta tamaño DIN-A5 es una de mis anclas. Eso es lo que era, lo que sigo siendo, lo que siempre seré: una contadora de historias. Y esa es la vida, a mi manera, por la que voy a luchar sin medias tintas.

Como todos, he tenido trabajos de todo. La mayoría solo por el dinero, para pagarme el vicio de comer cada día y dormir bajo un techo. Pero los que yo escogía siempre tenían alguna relación con las historias.

Me hice diseñadora gráfica para contar historias de manera efectiva y visual. Entré en un grupo de música y escribí letras de canciones para contar historias con ellas. Estudié turismo para viajar por el mundo y conocer y contar historias sobre esos lugares. Quise pagar el traspaso de una librería y me apunté a la bolsa de trabajo de las bibliotecas municipales para estar rodeada de historias. Me hice voluntaria de un taller de escritura terapéutica para transmitir mi amor por las historias. Y cuando trabajaba en un pequeño estudio de publicidad y diseño, hace dos años, me pirraba cuando utilizábamos el storytelling en los proyectos.

En cualquier formato, en cualquier aplicación, para cualquier fin, llevo lo de contar historias en los huesos. Y estoy convencida de que eso me ha salvado la vida en más de una ocasión. Porque devorar libros y montar realidades paralelas no es una afición para mí, es lo que soy.

Tengo 39 años y soy un desastre que no sabe peinarse, que se viste con la ropa de su compañero de vida, que se alimenta a base de bocadillo cuando no tiene que cocinar para más de uno y que no es capaz de ganar la guerra contra la pila de platos y la de la ropa sucia.

Pero también soy una contadora de historias que ha decidido aceptar por fin los ánimos y mandar a paseo a los agoreros que la han hecho siempre dudar. Que ha decidido que las técnicas y procesos absolutos e infalibles no van con ella. Que va a dejar de martirizarse por no encajar en el estándar. Que está agradecida por tener a tanta gente maravillosa al lado y por dejar atrás tanta inseguridad.

Y claro, ahora viene lo bueno. Porque esta decisión, esta declaración de intenciones es muy bonita pero, ¿cómo vive y de qué una auto proclamada contadora de historias de 39 tacos?

Pues eso es lo que voy a seguir contándote a ti, y contándome a mí, a partir de ahora. Y ojalá me sigas leyendo.