Llevo varios días intentando escribir este post. Decidiendo cómo quiero enfocarlo, qué quiero contar de verdad y qué palabras utilizar. Pero como no me decido, y necesito escribirlo, voy a hacerlo ahora, del tirón, dejando que el discurso fluya. Porque es mejor acabado que perfecto. Así que ahí voy.
2018 ha sido un año raro, fugaz. Aun así se marcha dejándome muchos aprendizajes y muchas pautas para no dejar de aprender jamás, algo muy importante para mí.
Ya declaraba yo en una de mis primeras entradas en este blog que quiero ser siempre aprendiz, y sigo pensando lo mismo. Creo que el momento en el que sientes que eres un maestro en algo dejas de serlo al instante. Y eso es porque creo que el afán por mejorar, por investigar, darnos permiso para fracasar y no perder la curiosidad, son parte importante de lo que nos mantiene creativos. Y si no cultivamos todo eso, las capacidades que habíamos ganado se van perdiendo. Nuestra maestría, junto con nuestro interés, se van perdiendo.
En estos doce meses he encontrado, aun sin buscarlos, un buen puñado de maestros y maestras. A algunos todavía los conservo en mi vida, de otros, por razones diversas, he decidido alejarme.
Centrándome en mi carrera como escritora emprendedora este año he seguido cursos, pagado cuotas en plataformas de formación, leído libros, asistido a webinars, dejado mis textos en manos de lectores críticos y hablado mucho sobre escritura, sobre lectura y sobre literatura. Y todavía siento que no lo tengo todo visto, todo leído, todo estudiado. Y eso es fantástico.
Mirando hacia atrás y repasando todo este proceso de aprendizaje, te puedo decir que he sacado algunas conclusiones valiosas. Y lo son porque creo que me ayudarán a no cometer de nuevo ciertos errores. Una de ellas es que hay que respetar y agradecer al maestro, pero nunca venerarle. La veneración puede ser el camino más directo hacia la decepción.
Este año he abandonado la tutela de profesionales, a quienes tenía en pedestales, porque (siempre según mis propias impresiones) les he visto actuar de manera incongruente; porque sus actitudes de poseedores absolutos de la verdad no acababan de congeniar conmigo o porque de pronto me ha parecido que rebajaban el nivel de sus lecciones.
Todo esto ha supuesto una decepción para mí por eso que te decía antes, porque yo, por mi cuenta y riesgo, les había creído cuando me habían dicho que eran los mejores y les había comprado ese pedestal.
Y reconozco que el error, al igual que el aprendizaje, son solo míos. Y ojo, no estoy hablando de haberme sentido estafada monetariamente. No es ese el punto. Todos necesitamos dinero para vivir, los maestros también. Y es justo y necesario que cobren por su trabajo. Ese es un derecho que tienen y que nunca he negado ni negaré. Pero tampoco niego mi derecho, como alumna, de darles las gracias por todo lo aprendido y seguir mi camino por otros senderos cuando siento que debo hacerlo. Me consta que esos maestros y maestras ayudan muchísimo a otras personas y se merecen todo mi respeto. Aunque yo, personalmente, opte por decirles hasta luego o adiós.
Otra lección valiosa que he aprendido este año, más que ningún otro, es a exponerme para escuchar y valorar en su justa medida las opiniones de los demás, porque eso me hace crecer y mejorar.
He conocido a gente con talento que no tomaban en consideración, ni querían escuchar las opiniones de los demás sobre sus creaciones. Que mal entendían lo que es ser fiel a uno mismo y se empeñaban en «proteger» a los que consideraban «sus hijos» (y estoy hablando de libros, relatos y canciones) perdiendo así la oportunidad de enriquecerse, de aprender y ser un mejor profesional. La oportunidad de aprender a aceptar y discernir críticas constructivas de comentarios dañinos. La oportunidad de crecer y aprender.
Esa gente, que se tomaba todo de manera personal y no era capaz de desligarse lo suficiente de su obra para examinarla y mejorarla, estaba paralizada por el miedo y la inseguridad. Estaba convencida de que su creación era perfecta y por ello pecaba de una inflexibilidad mental que iba en contra de su trabajo.
Una de las cosas más valiosas que aprendí en mis años en la escuela de escritura del Ateneu Barcelonès fue a aceptar que los comentarios sobre mis escritos eran eso, comentarios sobre mis escritos, no sobre mí. Que saber lo que la gente ha entendido o sentido al leerlos es importante para conocer si has sabido hacer llegar, al menos, parte del mensaje que querías transmitir. Que sí, algunos comentarios mal intencionados deben simplemente obviarse, pero que de la mayoría se puede sacar algo en lo que reflexionar. Y sobre todo que tanto yo, como lo que escribía y escribo, solo podemos crecer cuando nos da el aire y el sol, cuando nos relacionamos con los demás y el mundo.
Agradezco infinitamente a la gente que me ha leído y me ha escuchado, sobre todo a mis lectores cero, y ha querido ayudarme a mejorar. Que me ha dicho «Creo que esto no lo necesitas», «Creo que esto hace más lenta la historia», «Es una lástima que no aproveches más a este personaje», además de «Me encanta el potencial que tiene» o «Sigue escribiendo, por favor». Y les agradezco también su corazón y su empatía al practicar conmigo aquello de «Se elogia en público y se corrige en privado». Porque con eso, en este año en el que mi ánimo ha fluctuado tanto, habéis salvado mi autoestima en más de una ocasión.
Otra cosa que he aprendido es que al final lo importante es el arte. Haya nacido de ti o de otra persona.
Que hay algo potente y maravilloso en el simple hecho de crear y compartirlo con el mundo. Y que los demás, los que nos llamamos creadores a nosotros mismos, debemos actuar siempre como tales. Amar y propiciar la creatividad y la mejora en nuestra casa y en la de los demás. Y nunca ser destructivos.
Me sorprendí la primera vez que me di cuenta de que ver cómo mis compañeras y compañeros publicaban sus obras, me daba ánimos y fuerzas para luchar por las mías. Y digo que me sorprendí porque tiempo atrás yo formé parte de esa gentuza que se dedicaba a buscar defectos y menospreciar los éxitos de los demás. Pero qué bendición que la vida me enseñara que con esa actitud tan solo me hacia daño a mí misma y me brindara estos nuevos sentimientos.
Tengo presente en mi memoria y en mi vida una frase que mi hijo me dijo cuando tenía cuatro años. Una frase que se ha convertido en uno de mis mantras: «Estamos en este mundo para construir» y eso es lo que debemos hacer, entre todos, cuando se trata de arte. Ayudar, de manera global, a que sea mejor. Porque una vez lo lanzamos a la vista pública deja de ser solo nuestro. Porque que se cruce con las vidas, miradas y sentimientos de los demás y lo incorporen a sus vidas es parte de su ciclo vital. Porque, vamos a hablar claro, la envidia y la destrucción no aportan nada a la vida, pero el compañerismo y el deseo de ayudar a construir cosas hermosas con los demás tiene hermosas recompensas.
Me doy cuenta de que este post se está haciendo eterno y de que podría seguir hablando de importantes aprendizajes y recursos para seguir aprendiendo que este año corto y extraño me han dejado. Los últimos que siento que debo añadir los apunto aquí, en forma de lista, de manera muy resumida.
Aprendí la importancia de:
Escuchar de manera activa.
Hacer caso de las sensaciones y sentimientos que me revuelven el estómago.
También de la intuición.
Hacer amigos a cualquier edad. De apoyarse en ellos y de apoyarles. De compartir el camino.
Ofrecer y pedir ayuda sin más recompensa que la de ofrecer y pedir ayuda.
Dar las gracias.
Ayudar a que los demás florezcan, crezcan y se hagan grandes a tu lado.
Decir lo que pienso y siento sin dejarme llevar por un exceso de visceralidad. Poniendo el respeto y la buena fe por delante.
Crear y cumplir una rutina flexible.
Pasar tiempo con aquellos que tienen un lugar en mi corazón.
Conocer mis ritmos vitales para comprenderlos, mimarlos y desafiarlos.
El poder de la perseverancia.
Pero, sobre todo,
La increíble fuerza e importancia de arriesgarse. De no darle cancha al miedo. De seguir adelante a pesar de creer que no puedes continuar.
2019 está aquí al lado. Una semana y media, más o menos, y nos habremos metido de lleno en él. Y algunos de mis principales propósitos son los de seguir aprendiendo de todo y de todos, tener el corazón y la mente abiertas y seguir perseverando, no rendirme.
Todo esto también te lo deseo a ti. Ojalá 2019 sea un año fantástico y revelador, un año que marque una diferencia positiva en tu alma y tu vida. Nos seguimos leyendo el año que viene.
Créditos: Fotografía de la cabecera gentileza de Dmitry Ratushny via Unsplash
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