Deja que te cuente esta historia desde el principio.

Corre octubre de 2018 y he llegado tarde para apuntarme al VIII Taller Personalizado de Novela Romántica que imparte Érika Gael en su plataforma Cómo ser escritor. Normal, porque tan solo hace unas semanas que me ronda por la cabeza la idea de formarme para escribir romántica y unos pocos días que busco información. Como Abril Camino, autora a la que descubrí por aquella época, es tan vehemente en su recomendación del taller, decido reservar una plaza para la novena edición. Tengo buenas sensaciones, después de todo, el número nueve es mi número de la suerte.

Y sí, las sensaciones resultan ser correctas, porque en febrero puedo confirmar mi plaza y en marzo inicio mi aventura. Una que me aportará mucho más de lo que creí que obtendría en un principio.

Lo primero que tuve que hacer fue crear un proyecto.

Para mí todo era difícil, porque lo único que había escrito hasta entonces era cuento corto. De hecho, me había formado durante tres años en el Ateneu Barcelonès para escribir cuento. Así que me debatí entre empezar con algo sencillo como una historia sin demasiada documentación, no muy extensa, con personajes cercanos... o ir a por todas, lanzarme a experimentar y aprovechar la experiencia del taller para complicarme la vida. Evidentemente escogí lo segundo.

Lo hice porque soy un poco kamikaze, porque me aburro si no pruebo cosas nuevas, porque quería aprovechar al máximo la experiencia planteándome un gran desafío y porque la semilla de «Descalza» llevaba en mí tantos años, gritando que la escribiera, que me era imposible seguir ignorándola.

Érika me brindó las herramientas para empezar a construir la historia, me acompañó en el proceso de crear la estructura, me ayudó a mejorar mi técnica narrativa, tuvo paciencia infinita para reeducar mi ortografía anticuada, pero sobre todo me dio confianza en mí misma. No me hizo creer que podía hacerlo, me hizo ver que lo estaba haciendo, y con ese cariño, optimismo y fuerza que le pone a todo, me dio el empujón que necesitaba para, una vez acabado el taller, no dejar morir esta historia.

Pero la vida se puso un poco complicada mientras escribía aquel primer borrador.

Y al final la novela, que era en realidad la tercera que escribía, acabó en el olvido del cajón igual que las otras.

Hasta que unos meses después me planté y decidí que no iba a correr ese mismo destino. Que el borrador que había empezado con tanta fuerza y ánimo iba a acabarse. Y que iba a corregirse. Porque tanto la historia, como yo, como todas las personas que habían confiado en que podía hacerlo, merecían que llegara hasta el final. Que debía vivir la experiencia entera para aprender de verdad lo que era escribir una novela romántica.

Así que meses después volví a meterme en aquel mundo lleno de bosque, vides y amor.

Tuve que releer lo que había escrito y me di cuenta de que me quedaba más de lo que creía. Pero, ¡no iba a rendirme! Fue entonces, al volver a la senda, cuando conocí al grupo de escritoras que hoy son amigas. Leonor, Tessa, Mónica, Andrea, Mayka... mujeres y escritoras maravillosas con las que entendí de verdad lo que significa tener un grupo en el que apoyarte y cómo puede ayudarte a salir adelante.

Acabé aquel enorme borrador. La cosa más larga que había escrito en la vida. Releí, recorté, cambié, reescribí. Mis lectoras y lector cero me dieron sus opiniones. Releí, recorté, cambié, reescribí. Y volví a llamar a la puerta de Érika para trabajarla con ella y para someterlo a una corrección profesional.

En ese momento yo ya sentía que la experiencia estaba completa. Había recorrido todo el camino, seguido todo el proceso y, aunque siguiera necesitando ayuda, apuntaba en la dirección correcta. Otras ideas empezaron a llegar y decidí hacerles caso. Volvería a repetir la experiencia, la perfeccionaría, la disfrutaría.

Y entonces apareció la gran pregunta: ¿Y no la vas a publicar?

Nunca, desde el inicio de este proceso de aprendizaje, tuve en mente que la finalidad última fuera publicar. Siempre fue aprender, como con mis anteriores novelas que quizá algún día trabaje como se merecen. O como con los cuentos, decenas de ellos, que he escrito en mi vida.

Además me sentía insegura. En el pasado había enviado una de esas dos novelas a editoriales y la habían rechazado. «Descalza entre raíces» era mejor, porque había trabajado en ella con una profesional, pero ¿y si no era suficiente?

Pero entonces Érika me dijo: «Hazlo».

Y Raúl, mi compañero de vida, me dijo: «Merece la pena».

Y mis compañeras y amigas de letras me preguntaron: «¿Y para cuándo sale?»

Y yo me lancé.

Decidí hacerlo todo a mi manera.

Decidí seguir aprendiendo. Decidí autopublicar y convertir la novela en algo nuestro, de este grupo de personas que había creído en ella desde el principio. No solo mío. Porque este proceso nunca fue únicamente mío. Así que le pedí a Raúl que hiciera la portada y yo me comprometí a maquetar el contenido. Le di unas vueltas a mis conocimientos de marca personal, pensé en mejorar y reactivar mi web, me metí en las redes, incluso planeé reactivar mi newsletter.

Y cuando me quise dar cuenta, de pronto, era escritora de romántica. Todo había pasado de una manera tan natural que ni me había dado cuenta.

La semana que viene, que se dice pronto, llega otro hito en este camino: la publicación de la novela en formato digital.

Estoy nerviosa, no lo voy a negar. Supongo que por las expectativas de la gente, por querer cumplirlas. Porque las mías ya están sobradamente cumplidas.

La inversión de tiempo, dinero y esfuerzo no es precisamente pequeña, pero las personas implicadas en dar forma a las historias la hacemos porque es nuestra manera de estar en el mundo. Una necesidad. Un placer, en ocasiones, tortuoso. Y yo necesitaba hacer esto con las personas con las que lo he hecho y para las personas para las que lo he hecho. Y con eso me quedo. Y es lo que hace que esté orgullosa del resultado.

Es cierto eso de que el camino es más importante que llegar. Para mí lo ha sido. Y esta meta alcanzada es solo la muestra del aprendizaje (que todavía continúa), el amor y el acompañamiento que ha hecho de esta historia lo que es.

Puedo decir que soy autora de romántica gracias a las personas que han estado a mi lado, sujetándome para que no me cayera, para que no abandonara «Descalza entre raíces». Y puedo decir que ha sido esta novela la que ha propiciado que las encontrara.

Nunca podré agradecer suficientemente a Lola y Cesc que me susurraran con tanta insistencia su historia porque, sea como sea, pase lo que pase con ella en el mundo exterior, han cambiado mi mundo interior para siempre. Y lo ha hecho tan bien que no recuerdo haber tenido tantas ganas de seguir escribiendo como las que tengo ahora.

«Descalza entre raíces» ha abierto una nueva ruta a esta escritora que soy, una ruta hacia la romántica, y creo que seguiré viajando por ella una temporada.

¿Me acompañas tú también?

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(En la imagen de la cabecera puedes ver algunos de los estados de ánimo por los que pasé estos últimos dos años gracias a «Descalza entre raíces»).