Esta es la pizarra de mi hijo de tres años. Y en ella no solo garabatea él.

¿Qué tendrán las pizarras, los libros de colorear, los folios en blanco y las ceras de colores que los adultos somos incapaces de resistirnos a ellos? Yo lo reconozco: me encanta hacer dibujos sin sentido ni finalidad en ella. El rasgar de la tiza en la pizarra y la sensación en los dedos cuando haces un trazo. Es una tierna vuelta a la infancia.

Pero ayer por la mañana sirvió para algo más adulto. Sirvió para hacer cuentas.

Y los números dijeron que quizás no es este el mejor momento para darle un espacio privilegiado a mis sueños. Que quizás en vez de quitarle horas a trabajar para otros, debería aumentarlas.

Pero algo que la vida parece repetirme año tras año es que si lo pienso demasiado, nunca es el momento.

Del resultado de las sumas y restas, que por supuesto no cuadraron, pude sacar dos conclusiones:

Que si quiero sacar adelante mis historias, tendré que apostar fuerte por ello con todo lo que tengo (dinero, tiempo, fuerza, constancia, ilusión...)

Que si hago un plan detallado, poniendo objetivos reales, quizás pueda conseguir más de lo que creo que puedo hacer.

La pizarra me ha bajado a la realidad y he visto que, aunque dura, quizás no es tan mala. Y he decidido darme esa oportunidad al menos hasta fin de año.

Después, será momento de hacer balance y volver a coger la tiza.