Era octubre
y nacía el otoño.
Los caminos:
ríos de hojas rojas.
Las manzanas:
pulpa jugosa.
El viento:
azote cruel en la ventana.
Te tomé la mano,
tus dedos estaban fríos.
«¿Qué tienes?»
«Nada.»

Pasé una semana cortando leña
de sol a sol.
Tejí dos mantas de lana burda
con las que cubrir nuestra cama.
Desenterré las raíces del huerto
y cociné un caldo.
Busqué tu boca,
tus labios estaban fríos.
«¿Qué quieres?»
«Nada.»

El sol migró
y encendí la chimenea.
Leña, olla,
compota, manta.
Silencio dentro.
El bosque llorando afuera.
Encontré tu mirada,
sus reflejos eran fríos.
«¿Qué sientes?»
«Nada.»

Me negué al invierno.
Apagué el fuego,
derramé la comida,
tiré del punto que aseguraba la labor.
Cerré con llave la puerta.
Era diciembre
y moría el otoño.
Los caminos estaban desnudos,
las zarzamoras
con sus frutos negros, los orillaban.
El viento entró en la cabaña.

Me despedí con una mano,
en la otra, un hatillo desbaratado.
Mi pecho, sin alma.
Mis dedos, helados.

«Y de ti, ¿qué me llevo?»
«¿De mí?
Nada.»

Créditos:
La fotografía que ilustra esta entrada es libre de derechos. Su autor es Daniel Frank. Descargada de Unsplash.